jueves, 17 de mayo de 2018

“Pac-man” y la cultura universitaria

Escribe Eugenia Casariego

En España existe un cierto miedo a tomarse los estudios con calma, o, mejor dicho, con “conciencia”. Si tuviera que escoger una imagen que definiese la forma en la que la media de la sociedad española entiende la educación superior, escogería sin duda el juego de Pac-man (o “comecocos”, como lo conocemos en España): una carrera automatizada, predefinida, que consiste en ingerir título tras título sin apenas reflexión o raciocinio, y estando las decisiones limitadas a izquierda o derecha, arriba o abajo, sin que esto apenas suponga un cambio en el resultado final. Una mayor puntuación, un mayor éxito, conlleva obtener el mayor número de títulos en el menor tiempo posible; volver a empezar de cero al toparse con un obstáculo –un fantasma en el juego- supone una penalización, y es lo peor que nos puede pasar como jugadores y, según se nos da a entender, como estudiantes.
Con un 41% de españoles jóvenes con estudios superiores (datos de 2015 de la OCDE), y habiendo crecido esta cifra un 15% desde 2010, cabe preguntarse si esta carrera propia de Pac-man realmente tiene un impacto positivo en la vida profesional de los jóvenes españoles. La tasa de desempleo juvenil (38,6% en 2017 según la OCDE), desde luego asusta y anima a buscar alternativas. Una de estas bien puede ser tomarse la educación superior con más responsabilidad y autonomía, ya que me atrevería a decir que la media de universitarios jóvenes en España, y la mayoría de los que conozco, han pasado a estudiar el Grado o el Máster de manera automatizada porque era “lo que tocaba”, y porque realmente no se plantearon otra opción. Yo misma soy un ejemplo de ello, por mucho que me guste mi carrera y aunque haya mantenido la motivación que me permitió terminar el Grado en los 4 años estipulados.
Aunque en España no sea excesivamente común, ni esté estupendamente considerado, en muchos países los jóvenes optan por un año sabático para adquirir habilidades blandas, soft-skills, que no se enseñan en la universidad y, aún más importante, para tener tiempo a reflexionar sobre sus estudios superiores, ganando en desarrollo personal y autonomía. En países como Alemania u Holanda, la amplia mayoría de jóvenes optan por un año sabático en algún momento de su vida profesional. Sin embargo, más que “año sabático” convendría decir “paréntesis” o utilizar el término anglosajón gap year, ya que este periodo no tiene nada que ver con unas vacaciones. ¿Y qué es un gap year sino un descanso? En general, podemos resumirlo como un periodo de tiempo, desde unos meses hasta más de un año, durante el cual se hace voluntariado o se toman clases extracurriculares, o ambas cosas. En España se tiende a pensar que esto es una gran pérdida de tiempo, pero ¿es realmente así?
Viviendo en Vilna, Lituania, he conocido a varios jóvenes haciendo su gap year en la ciudad báltica gracias al programa Erasmus+ de la Comisión Europea, que financia programas de voluntariado para jóvenes de entre 17 y 30 años (SVE o Servicio de Voluntariado Europeo). Philipp (19 años, Alemania), Martha (19, Austria), Salome (21, Georgia), Tifenn (18, Francia) y Büşra (23, Turquía), tienen claro que ha sido una buena decisión. Cuando les he preguntado por su motivación inicial, los cinco han referido, entre otros motivos, no tener claro el siguiente paso y querer tiempo para pensarlo. “Después de 12 años de escuela estaba muy cansado de la educación formal y quería un descanso. Además, no tenía idea de qué quería estudiar y no quería empezar algo sin pensarlo bien”, comenta Philipp. Salome me dice algo que poca gente se atreve a admitir: “a pesar de que haber estado en la universidad 3 años, y de que debería estar segura de qué estaba haciendo con mi vida, resultó que no lo estaba. Me di cuenta de que necesitaba dejar mi país, estudios, familia, rutina diaria y amigos por un periodo y darme tiempo para ver cómo es empezar desde el principio”. Tifenn también lo tiene claro: “estudié ciencias en el colegio, y después de eso la continuación lógica hubiera sido seguir estudiando en ese campo.  Pero no estaba segura de si planeaba hacerlo porque me gustase o porque fuese lo lógico”. Sin embargo, sus respuestas varían cuando les he preguntado sobre el apoyo que recibieron de su familia y círculo inmediato: “mis padres no me apoyaron especialmente, pero tampoco me impidieron hacerlo”, comenta Martha. Büşra tuvo más suerte: “mis padres y el resto de mi familia me apoyaron mucho.

Probablemente hubieran deseado que continuase mis estudios sin ningún paréntesis, pero después de que vieron que era lo que quería, y que esta oportunidad me ayudaría a enriquecerme, estuvieron de acuerdo”. Probablemente esto tenga que ver con el hecho de que el gap year no es igualmente frecuente en todos los países. Con lo poco conocido que es en España, y por tanto también sus beneficios, me cuesta imaginar que una familia media apoye en esta decisión desde el principio a su hijo o hija de 18 años, y no trate de convencerle de ir a la Universidad primero, aun habiendo gran cantidad de becas disponibles para financiar este “paréntesis”, el SVE entre otras. Philipp, que viene de Alemania donde es algo muy generalizado, comenta que su familia incluso le “presionó” para que lo hiciera. “Muchos de mis amigos lo están haciendo ahora, de una u otra forma”, añade. En Austria también parece ser bastante común: “muchos de mis amigos y antiguos compañeros de clase lo están haciendo, aunque dos lo hayan dejado” apunta Martha.
Ahora bien, ¿puede este paréntesis en los estudios ayudar realmente a la toma de decisiones sobre el futuro? La posibilidad de desarrollar habilidades y de conocer nuevas perspectivas hace que merezca la pena ya de por sí, pero todo parece indicar que, además de eso, el gap year sí ayuda a enfrentarse a estas decisiones con más éxito. “Totalmente, soy una persona muy diferente ahora. Mayormente porque sé qué quiero después de este periodo. Empecé escucharme a mí misma, y he decidido cambiar mi especialidad. Ahora soy lo suficientemente valiente para hacerlo, antes no hubiera tenido el valor”, apunta Salome. “Me conozco mucho mejor que antes, y creo que me ayudará a tomar decisiones en el futuro. También mejoré mi nivel de inglés, y eso me abre la mente a nuevas ideas y posibilidades”, resume Tifenn. Cuando les he preguntado si lo recomendarían, los cinco han estado de acuerdo: sin duda. “Al 100%. Creo que una manera estupenda de ganar experiencia en la vida antes de estudiar”, dice Philipp. “Muchas de las cosas que aprendes son tan sutiles que ni siquiera te das cuenta de lo que has aprendido hasta que no hablas con otra gente y te das cuenta de lo que has cambiado”, comenta Martha.  “Incluso si tienes alguna duda, alguna pregunta en tu cabeza, no esperes. Aunque no sea la mejor decisión que hayas tomado, va a moldear tu vida y añadir algo. Tómate un descanso, ve a un sitio nuevo, prueba algo que no hayas probado antes y sal de tu fuera de confort. Eso es lo que nos hace crecer”, escribe Büşra, “terminar tus estudios ahora o dos años más tarde no cambia mucho las cosas; así que a veces deberíamos mirar un poco alrededor”.
Después de haberles escuchado, me pregunto hasta qué punto esta cultura Pac-man está inmersa en nuestras universidades, en las que parece primar el correr por encima de todo lo demás. El tragar clases por encima del disfrutarlas, el buscar “amoldarnos” por encima del “desmoldarnos”, y premiarnos por ello. Tal vez sea hora de “tomárnoslo con calma” y de ver la educación superior con otros ojos.
Quién sabe, tal vez sea hora de querer estudiar lo que estudiamos.
Tomado del Blog de Studia XXI con permiso de su editores

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